EL VIEJO Y EL MAR (Ernest Hemingwey)

El viejo y mar










La novela El viejo y el mar nos presenta la filosofía del Viejo (Santiago) como pescador y su relación con el mar o "la mar", como lo llama él, "porque así es como le dicen en español cuando la quieren". Santiago, un viejo pescador cubano, después de ochenta y cuatro días de no capturar un pez ejemplar, decide hacerse al mar.




"Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salado, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Esas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto.

Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos." (fragmento de El viejo y el mar)




Siendo él extremadamente pobre, recibe la ayuda de Manolín, "el muchacho" quien es su amigo y quien fuera antes su aprendiz. Años atrás, el viejo enseñó al muchacho a pescar, pero la mala suerte hizo que el padre de Manolín lo obligara a dejar a Santiago para salir con un bote que tuviera buena suerte. El muchacho, quien aún le tiene cariño al viejo, le consigue sardinas para usar como carnada, y cena, para recuperar fuerzas para salir a pescar.

Antes del amanecer, sale Santiago al mar. Mientras rema, piensa el protagonista en sus días de mala suerte, pero se consuela pensando que cada día es un nuevo día. Que es bueno tener suerte, pero que se necesita estar preparado. "Luego, cuando venga la suerte, estaré dispuesto".

Después del amanecer, cuando el sol está a dos horas de altura, ve el viejo un grupo de aves marinas de largas alas negras girando en el cielo sobre él. Las aves le indican la presencia de unos grandes dorados. Santiago persigue a las aves y a los peces, pero van demasiado rápido y se le escapan. El viejo sigue remando, sabe que su "pescado grande" tiene que estar en alguna parte.

A lo largo del día, confusos pensamientos atraviesan su mente, desde el béisbol y su venerado Di Maggio, cuyo padre fue también pescador, hasta la posibilidad de que la gente lo considere loco por hablar consigo mismo. Es en medio de esos pensamientos, que siente un vivo tirón en uno de los sedales. En este punto de la historia comienza el verdadero duelo entre Santiago, el viejo, y su mar, representado por un pez, enorme e increíblemente duro.

Santiago permite al pez que lo arrastre con él, es un pescador paciente y experto y sabe que el pez va a cansarse, a necesitar alimento y él va a poder acercarse lo suficiente para clavarle su arpón en el corazón. Después de cuatro horas, el viejo se pregunta cómo será este pez al que todavía no ha visto.

Luego de la puesta del sol y para distraerse del dolor causado por la postura forzada para sostener el sedal, vuelven sus pensamientos al béisbol, desearía tener una radio, como la gente rica, para escuchar los partidos y enterarse de los resultados. Después de una noche entera sosteniendo el sedal para evitar que el pez se escape, Santiago siente los efectos del cansancio y el dolor de la vejez. Extraña al muchacho. "Nadie debiera estar solo en su vejez. Pero es inevitable", piensa Santiago.



Se alimenta de pescado crudo para recobrar la energía suficiente para la pelea que se avecina. Siente pena por este pez, tan grande y maravilloso, pero sabe que tiene que matarlo. Recuerda, con tristeza, la ocasión en la que él y el muchacho pescaron una de dos agujas que iban en pareja. El macho de esta especie siempre deja comer a la hembra primero. La hembra luchó desesperadamente por su vida. Y el macho nunca la abandonó. Tanto Santiago como Manolín sintieron tristeza, le pidieron perdón a la hembra y le abrieron el vientre con rapidez para que no sufriera.

Empieza a ponerse el sol por segunda vez. El viejo, para darse fuerzas, recuerda un momento de su vida cuando, siendo más joven, había pulseado con el gran negro Cienfuegos durante todo un día y toda una noche, en Casablanca. Y había ganado. Entonces no era el Viejo sino Santiago, el Campeón.




Al caer la noche, el viejo, cansado, se recuesta contra la madera gastada de la proa, decide usar los remos para sujetar el sedal y poder descansar. Vuelve a sentir pena por el gran pez que no tiene nada que comer. Santiago siente que el castigo del anzuelo es malo para el pez. Pero el castigo del hambre y el encontrarse frente a una situación que no comprende es lo peor.

En sus sueños aparece primero una vasta mancha de marsopas en época de apareamiento, brincando en el aire. Sueña luego que está en su pueblo, en su cama. Y luego surgen en sus sueños la larga playa amarilla y sus leones en África "jugando como gatitos en la playa". Es feliz.

Al amanecer del tercer día empieza el pez a dar vueltas. Es el momento que Santiago ha estado esperando. Comienza el duelo final. Durante horas el pez gira en torno a la barca. Santiago resiste, pero está agotado. Siente vahídos y mareos. Justo cuando empieza a rogar a Dios para que le ayude a resistir, siente una serie de tirones y sacudidas en el sedal que está sujetando con ambas manos. El pez está golpeando el alambre con su pico. Santiago sabe que cada golpe puede ensanchar la herida. El viejo trata de evitarle dolor al pez, a pesar de estar sufriendo él mismo dolores inenarrables.

En la vuelta siguiente ve al pez, bello y tranquilo. Con su arpón en la mano, lo ve acercarse. Siente que la lucha va a vencerlo. "Me estás matando pez –pensó el viejo-. Pero tienes derecho, hermano". Jamás había visto él una cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila, ni más noble. Cogiendo todo su dolor y lo que queda de su fuerza clava el arpón en el corazón del pez, que se levanta del agua, mostrando toda su longitud y anchura y todo su poder y belleza en la muerte.



Amarra Santiago el enorme pez al costado del bote para volver al puerto. Todo su esfuerzo es inútil si no puede acarrear el pez al mercado para su venta. Pero la distancia es grande y los tiburones han percibido la sangre del pez en el agua. El primer tiburón que los ataca se lleva cuarenta libras del pez antes de que el viejo lo mate. Y deja al pez sangrando. La sangre en el mar atrae más tiburones. Santiago se cuestiona haber matado a su pez. "Quizás haya sido un pecado", piensa. Dos horas después dos galanos, tiburones extremadamente agresivos, han captado el rastro de la sangre.

Al final del día no queda nada del pez que pueda ser vendido, sólo quedan la cabeza y el espinazo. Santiago se cuestiona el haberse alejado demasiado de la costa. Se siente derrotado y cansado por dentro.

Cuando llega Santiago al puerto se da cuenta de la magnitud de su cansancio. Quita el mástil de la carlinga y empieza a subir hacia su choza. Al mirar hacia atrás, al reflejo de la luz de la calle, ve la gran cola del pez levantada detrás de la popa del bote, ve la línea desnuda del espinazo, y la cabeza con el saliente pico. Llega a su choza y se duerme. Manolín lo encuentra dormido cuando entra a la casucha la mañana siguiente. El muchacho lo despierta, le lleva café, y le cuenta que han estado buscándolo por dos días, con guardacostas y aeroplanos. "Me derrotaron", dice el viejo. "No. Él (el pez) no. Él no lo derrotó". Manolín insta al viejo a descansar, a recuperarse, porque él va a volver a salir a pescar con el viejo. Sin importar lo que digan sus padres.

El pez era un tiburón. Tenía dieciocho pies de la nariz a la cola.

Protagonistas:

Santiago, el Viejo: un pobre pescador, flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Con manchas del sol en la piel y cicatrices en las manos. Pero de ojos alegres e invictos, y hombros todavía poderosos. Santiago es viudo y solitario.

Manolín, "El muchacho": Fue el aprendiz del viejo hasta que sus padres lo obligaron a ir a pescar en botes más exitosos.Es afectuoso y atento. Tiene mucho cariño al viejo, y se preocupa por él, encargándose de que tenga café y comida.

El pez: Un tiburón de dieciocho pies de largo. Una criatura hermosa,poderosa y noble a la que el viejo llama su hermano.

Con estos personajes se establecen asociaciones simbólicas:

  • Santiago            =   la perseverancia
  • El pez espada    =   el objetivo, la meta
  • El mar               =   el reto
  • Manolín             =   la solidaridad
  • Los tiburones    =   la rapacidad capitalista
  • Los turistas       =   la indiferencia

Pueden leer la novela integralmente en la siguiente dirección:



Sobre la película, diremos que fue una adaptación animada del ruso Alexander Petrov, galardonada con el premio Oscar como el mejor cortometraje de animación, de la novela El viejo y el mar, de Ernest Hemingway.

La producción es canadiense. Para su adaptación en Imax (del inglés Image Maximum, Máxima imagen, es un sistema de proyección de cine creado por IMAX Corporation que tiene la capacidad de proyectar representaciones de mayor tamaño y definición que los sistemas aleatorios de proyección), el ruso Petrov pintó con los dedos y afinó detalles con pinceles de 29 mil óleos durante más de 10 años, con los cuales estructuró su animación. Los resultados son impresionantes.

La imaginación es auspiciada por el arte de la pintura. De pronto, ante los ojos infantiles cobran vida los cuadros de Gauguin, Monet, Degas, los maestros impresionistas, los naturalistas, entre otras muchas referencias que evocan los cuadros de Alexander Petrov.

Este filme estimula fuertemente el anhelo de lectura de los niños, siempre y cuando los adultos cumplan su parte en la orientación de los valores.

Aquí una versión musicalizada:









Comentarios

  1. Gracias por su comentario sobre la gran obra de un autor al que los cubanos sentimos como nuestro, por el gran amor que siempre le confirió a nuestra Isla.

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